No nos desangramos al cortarnos ni los tejidos se deterioran cuando un agente externo los daña, gracias a las funciones esenciales de la vitamina K. Aunque es menos popular que las vitaminas C o D, podría albergar el misterio del envejecimiento sano.
Estudiar las vitaminas no es aburrido
En la actualidad, podría parecernos aburrido estudiar las vitaminas, pero hace un siglo, estaban en el pináculo de la investigación científica. El término «vitamina» lo propuso el bioquímico Casimir Funk en 1912. Lo utilizó para referirse a sustancias esenciales en la dieta, en pequeñas cantidades, para mantener la salud.
Desde el aislamiento de la tiamina (vitamina B1) en 1910 hasta el del ácido fólico en 1941, el estudio de estas sustancias fue un campo muy dinámico en química y fisiología. Los Premios Nobel de 1929, 1930, 1934, 1937, 1938 y 1943 se otorgaron por la identificación y descripción de las funciones de diferentes vitaminas.
En particular, la historia de la vitamina K ( Premio Nobel de 1943 ) está estrechamente vinculada a la coagulación. El nombre proviene del danés «koagulation» y se debe a que la vitamina propuesta anteriormente era la vitamina J ( flavina ), ahora renombrada como vitamina B2. Se descubrió al identificar una sustancia dietética con efecto antihemorrágico, es decir, que evitaba el sangrado.
Poco tiempo después, en forraje en mal estado se hallaron sustancias que causaban el efecto opuesto en el ganado: los animales comenzaban a sangrar espontáneamente.
Al aislar estos compuestos prohemorrágicos, se notó que su estructura era similar a la de la vitamina K. Esto condujo a su utilización en medicina como los primeros anticoagulantes orales para prevenir coágulos sanguíneos. Se les conoce como antivitamínicos K, como el acenocumarol (el conocido Sintrom®), que actúan compitiendo con la vitamina K.
El funcionamiento de la vitamina K
A pesar de que desde la década de 1950 se conocía el efecto de esta vitamina en la coagulación y se utilizaban antivitamínicos K, no fue sino hasta los años 70 cuando comenzamos a comprender realmente cómo funciona.
La vitamina K es necesaria para modificar la estructura de algunos aminoácidos que forman unas pocas proteínas (menos de veinte) a las que llamamos «proteínas dependientes de vitamina K». Entre ellas, destaca la protrombina , que es el regulador principal de la cascada de coagulación.
La modificación en la que interviene la vitamina K es irreversible y produce un nuevo aminoácido denominado ácido gamma-carboxiglutámico . Este aminoácido puede capturar iones de calcio como si fueran pinzas. La combinación de la proteína con el calcio permite que esta desarrolle funciones especiales, entre ellas unirse al exterior de las membranas celulares o a ciertos receptores de las células, dependiendo de la concentración de calcio.
Los mamíferos no son los únicos seres que utilizan la vitamina K. Alejándonos un poco en la evolución, el molusco Conus textile emplea neurotoxinas que dependen de vitamina K para cazar a sus presas. Aunque la concha de la imagen pueda parecer inofensiva, cuidado, porque se han registrado más de treinta envenenamientos mortales por sus picaduras.
Sistemas de reparación tisular que dependen de la vitamina K
En la década de los noventa, los que trabajan en este ámbito quedaron sorprendidos cuando se aisló una nueva proteína dependiente de vitamina K muy similar a las proteínas de coagulación que era capaz de activar una familia de receptores celulares vinculados a los de las hormonas de crecimiento. Esta proteína, GAS6, y su compañera en la regulación de la coagulación, la proteína S, pueden ayudar a las células del sistema inmunológico a reparar tejidos dañados.
Su mecanismo de acción se resume en dos aspectos principales. Lo que hacen para regular la inflamación es ayudar a eliminar las células en proceso de muerte irreversible y a generar nuevas células. Recientes investigaciones demostraron que, además, inducían la fibrosis en órganos como el hígado, un proceso crucial para responder a daños químicos y nutricionales como el alcohol, ciertas dietas o sustancias tóxicas.
Los daños a las células que conforman nuestros órganos, acumulados a lo largo de los años, forman parte del proceso de envejecimiento. Por ello, los sistemas de reparación como los que representan estas proteínas que dependen de vitamina K cobran mayor relevancia a medida que envejecemos.
Para fomentar un envejecimiento saludable, varios científicos han sugerido incrementar el consumo de vitamina K en personas mayores . Esto podría prevenir la calcificación de los vasos sanguíneos, mejorar la salud ósea y fortalecer los sistemas de reparación de tejidos.
En realidad, las deficiencias de vitamina K son bastante raras en humanos y ocurren principalmente en recién nacidos, ya que la vitamina K atraviesa con dificultad la barrera placentaria. Por ello, al nacer, se compensa la deficiencia administrando una dosis de vitamina K para prevenir posibles hemorragias que, aunque infrecuentes, pueden tener consecuencias devastadoras. En Europa, se ha estado haciendo esto desde hace más de 50 años en casi todos los recién nacidos.
Más espinacas, repollos y acelgas
En adultos, las deficiencias de vitamina K solo ocurren cuando existen trastornos en la absorción intestinal. Esto se debe a que la propia flora intestinal produce precursores de la vitamina K, por lo que una dieta variada es suficiente para cubrir la necesidad diaria de este micronutriente.
No obstante, para estas nuevas funciones vinculadas al envejecimiento , como la disminución de la osteoporosis y la calcificación de los vasos sanguíneos , aumentar la ingesta de vitamina K consumiendo alimentos ricos en ella (espinacas, acelgas, col rizada y vegetales de hojas verdes en general) podría mejorar la salud.
Y aunque todavía hay mucho por investigar, parece que a estos beneficios se sumaría el mantenimiento de los sistemas de reparación y regulación de la inflamación.