Ni siquiera los romanos lo tenían en cuenta. Para ellos, las cosechas señalaban el comienzo del año, el 1 de marzo por “martius”, en honor a Marte, el dios de la guerra y su guardián agrícola, y concluía en diciembre. El primitivo ‘calendario romano’ comprendía solo de 10 meses, es decir, no tenía en cuenta casi 60 días, dado que era el periodo en que no había labores agrícolas ni actividad militar, una especie de “tiempo muerto”.
A partir de la época etrusca (siglos VII-VI a. C.), el rey Numa Pompilio (segundo rey de Roma, sucesor de Rómulo) agregó los dos meses restantes al calendario con el fin de acoplarlos a los ciclos lunares, como ya hacía los egipcios. Se sumaba al calendario enero (o ‘Ianuarius’ en honor al dios latino Jano, a quien se acudía en los inicios de todas las actividades) y febrero (o ‘Februarius’ dedicado a Februus (más conocido por el nombre de Plutón).
Más tarde, Julio César le realizó una pequeña reforma, instaurando lo que se conoce como el ‘calendario juliano‘. Cada cuatro años, había que añadir un día adicional, conocido como bisiesto, una expresión que deriva del latín bis sextus dies ante calendas martii (“repetido el sexto día antes del primer día del mes de marzo”). Recordemos que para los antiguos romanos, ese era el día más importante del año y, como eran tan supersticiosos, preferían que los días fuesen impares, por lo que dejaron a febrero con solo 28 días para ajustar los 355 días que entonces tenía el año.
FEBRERO SIN LUNA LLENA
Mientras Julio César agregaba días a su mes predilecto “julio”, Augusto llegaba luego y determinaba que “agosto” debía durar más tiempo. El día bisiesto también era utilizado según les conviniera. De hecho, eran los pontífices los que establecían cuál mes tendría más días para así terminar antes con la administración de algún gobernante adversario.
Entonces en 1582 surgió el calendario gregoriano (dedicado al papa Gregorio XIII), para poner en orden el asunto. Así, el año comprendería de 12 meses, con 365 días y un día adicional cada cuatro años que se aplicaría siempre en febrero. De esta manera, el segundo mes del año estaría compuesto siempre de cuatro semanas, e independientemente de cuándo comience, siempre tendrá al menos cuatro lunes.
Febrero es tan corto que pueden darse situaciones bastante particulares. Por ejemplo, puede ser un período sin luna llena, conocido como “luna negra”. Cuando esto sucede, durante enero y/o marzo se presentará “Luna azul”, nombre con el que se denomina a la segunda luna llena ocurrida durante un mismo mes del calendario gregoriano. Y si tenemos la suerte de tener luna llena en febrero, esta se le conoce como “luna del lobo” o “luna de la nieve”.