La familia como institución ha experimentado en los últimos años en España una transformación radical en cuanto a su organización y composición, dando lugar a diferentes tipos.
Frente a la familia tradicional en la que la madre y el padre conviven, está irrumpiendo cada vez con más fuerza un modelo en el que ambos progenitores han roto su relación de pareja. Es a este tipo de familia y a su efecto en los hijos/as al que vamos a dedicar la atención en este artículo.
En España estas familias son muy comunes. De hecho, es uno de los países con mayor tasa de divorcios de la Unión Europea. En concreto, en el año 2019, el último sobre el que ha aportado datos el Instituto Nacional de Estadística, se han divorciado 91 645 parejas y 3 599 se han separado.
El 51,7 % de estas tenían hijos/as menores de edad, pero se desconocen las cifras oficiales sobre el número exacto de hijos/as porque no se aportan datos al respecto de las parejas que no estaban casadas.
No podemos olvidar que la tasa de matrimonios ha descendido, a la vez que ha aumentado la de parejas de hecho y de cohabitación, las cuales suelen ser más frágiles que las casadas, lo que conlleva una mayor probabilidad de separaciones.
100 000 hijos de parejas rotas al año
De esta manera, las cifras oficiales dejan sin contabilizar a un número importante de estas familias. Un estudio prospectivo que hemos realizado ha estimado que los hijos/as menores de edad que viven la ruptura de pareja de sus progenitores anualmente es el doble que el que se presume en los registros oficiales, por lo que serían más de 100 000 cada año.
Las causas que subyacen a una separación de pareja pueden ser diversas y hasta se podría decir que específicas de cada una de ellas, aunque se establece que tras la ruptura se encuentra, en la mayoría de las ocasiones, la insatisfacción, la conflictividad y la falta de compromiso, en uno o ambos miembros.
A su vez, esto puede dar lugar a situaciones desencadenantes de la ruptura de la pareja, tales como la infidelidad, incapacidad para resolver los conflictos de la pareja o de la familia, intolerancia a la frustración, paulatino alejamiento, falta de respeto y maltrato.
Una de las experiencias más negativas de la vida
Aunque algunas causas son más impactantes que otras, lo cierto es que la ruptura se suele vivir como una de las experiencias más negativas de la vida, resultando, en muchos casos, muy dolorosa y estresante. Puede, además, afectar psicoemocionalmente a quienes se separan.
Es común que además sufran estrés, ansiedad y depresión, y que su autoestima disminuya (un factor de vulnerabilidad). En ocasiones, también se acompaña de sentimientos de frustración, decepción, resentimiento, ira, etc. y pensamientos negativos hacia el otro progenitor, afectando a la toma de decisiones y a la gestión de la ruptura de pareja, interfiriendo todo ello en el ejercicio parental.
Así, aún cuando se gestione a través de un proceso legal por mutuo acuerdo, la parentalidad y coparentalidad puede quedar dañada, justamente cuando los hijos/as más lo necesitan.
Cuadros psicopatológicos en los niños
En este sentido, como afirma la psiquiatra Mª Jesús Mardomingo, es una de las experiencias que más hace sufrir a los hijos/as. Les puede resultar una situación altamente traumática que algunos superan sin que les haya dejado huella, mientras que a otros, sin embargo, les lleva a padecer cuadros psicopatológicos y problemas de salud física y conductual que merman su rendimiento académico y su encaje en la escuela. También en su vida adulta puede afectar a su capacidad de éxito profesional y su estabilidad en las relaciones de pareja.
Por este motivo no debe extrañar que la separación de los progenitores o el divorcio se considere una experiencia adversa de la infancia, tal y como lo son la negligencia o el abuso infantil o ser testigo de violencia de género.
Sin embargo, podría no serlo, dado que los efectos negativos de la ruptura de pareja para los hijos/as se relacionan con su exposición al conflicto interparental y a recibir una inadecuada parentalidad, y esto se puede evitar.
En esta línea, la Academia Americana de Pediatría ha advertido que no es únicamente la adversidad la que predice desajustes y patrones de salud desadaptativos en las personas menores de edad, sino la ausencia de relaciones adecuadas que puedan ofrecerles protección y apoyo, y diríamos que primordialmente las de los progenitores.
Minimizar los daños
Esto ha llevado a que en España, y también a nivel internacional, se hayan desarrollado, bajo una orientación de Justicia Terapéutica, programas de carácter psicoeducativo para minimizar los potenciales daños que la ruptura de pareja puede tener para las personas que se separan y sus hijos/as, además de potenciar su bienestar.
Estos programas conciencian sobre los beneficios de la colaboración parental y enseñan a anticipar las consecuencias del conflicto, a prever las reacciones típicas al divorcio de los hijos/as y el fomento de sentimientos positivos hacia el otro progenitor y a establecer las responsabilidades de ambos.
Además, promueven procedimientos adecuados de gestión de conflictos, como la mediación familiar, a la vez que advierten de los riesgos que implican procedimientos contenciosos para la coparentalidad positiva.
Francisca Fariña Rivera, Catedrática de Psicología Básica y Psicología Jurídica del Menor, Universidade de Vigo
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.