Las emociones que moldean nuestro voto

Sentimientos como el terror, la furia o la melancolía pueden tener un impacto más grande de lo que imaginamos en la elección de nuestro voto. Los expertos en comportamiento electoral exploran hasta qué grado resultan ser decisivos en nuestro compromiso con las urnas.

Este próximo domingo, los votantes españoles están convocados a las urnas para actualizar, entre otras entidades, los gobiernos locales y los congresos legislativos de 12 comunidades autónomas.





Más allá de seleccionar a sus correspondientes delegados políticos, el resultado de la elección reflejará el clima de la opinión pública y facilitará entender qué mensajes y emociones de la campaña electoral han resonado más fuerte entre los votantes.

En teoría, en un sistema democrático representativo, los ciudadanos examinan lógicamente las diversas alternativas antes de emitir su voto. Sin embargo, en la realidad, el comportamiento electoral está influenciado por numerosas variables, algunas muy personales, como las emociones, especialmente en batallas electorales con un alto grado de fluctuación.

Es bien sabido que los políticos suelen apelar a nuestros sentimientos al momento de solicitar el voto, pero, ¿hasta qué nivel estas emociones resultan ser determinantes al momento de depositar el boleto en la urna? ¿Esto implica que cuando votamos realmente no tomamos una decisión lógica? Es complicado determinarlo, teniendo en cuenta que, al final del día, las emociones son respuestas psicológicas estrictamente personales y muy difíciles de cuantificar.

Aunque eso no implica que no puedan ser medidas. Como indica el politólogo Paolo Cossarini , experto en comportamiento electoral e investigador del programa María Zambrano de la Universidad de Valencia, hoy en día no hay un consenso científico sobre cómo definir las emociones y diferenciarlas de otros sentimientos parecidos, como pasiones, estados de ánimo o fenómenos cognitivos.

Además, en los últimos años, varias disciplinas científicas, como las neurociencias, han evidenciado que las dos dimensiones de las emociones (la cognitiva y conductual y la emocional-sensorial) se superponen e influyen mutuamente, al grado que resulta difícil diferenciarlas.

Dicho lo anterior, ¿cómo valoramos la influencia de las emociones en nuestra conducta electoral? ¿Cómo discernimos si estamos votando más con los sentimientos -o con las tripas- que con la mente?

Los estudiosos electorales utilizan diversos enfoques para evaluar la importancia de las emociones en nuestra decisión de voto. Por ejemplo, examinan cuantitativamente los textos de los discursos políticos con el objetivo de determinar el matiz emocional del mensaje o descifran la retórica del discurso para establecer el nivel de emotividad.

Los resultados serán útiles para determinar qué tipo de emociones predominarán en un discurso político específico, pero la repercusión normalmente dependerá de tres factores: la propuesta política (el grado en que los políticos recurren a las emociones en sus discursos), la demanda política (manifestada en el grado de polarización) y el contexto mediático (el papel de los medios en esa polarización).

Podríamos afirmar que las emociones se van ‘infiltrando’ en nuestra percepción política sin que nos percatemos. Es probable que no nos demos cuenta de que han moldeado nuestra orientación del voto, pero «desempeñan un rol crucial en variables como la identificación del electorado con un partido político específico y la movilización, o desmovilización». Incluso pueden terminar siendo un detonante que finalmente nos impulse a participar en unas elecciones. ¿Quién no ha votado alguna vez impulsado por la furia o la frustración? Eso justificaría, por ejemplo, que la polarización esté directamente relacionada con el incremento de la participación electoral.

Y ¿qué emociones terminan teniendo un mayor impacto? El temor, la esperanza o la indignación están presentes estructuralmente en casi todo debate político, aclara Cossarini, aunque en las últimas batallas electorales están ganando protagonismo otras variables, como la nostalgia, el orgullo o el resentimiento por algún suceso pasado.

Entonces, ¿es preferible dejarse llevar por la emoción o adherirse a lo que nos dicta la lógica? Ni una cosa ni la otra.

A pesar de que en las últimas décadas la literatura científica ha intentado matizar la dicotomía entre razón y emociones, todavía seguimos pensando que debemos permitirnos ser gobernados únicamente por el imperio de la lógica. Así lo deja claro Cossarini:

Ni antes la política estaba dominada por la razón, ni ahora es pura emotividad.

Por muy lógicos que seamos, siempre terminaremos influenciados por alguna emoción.

Tampoco debemos caer en el prejuicio de pensar que las decisiones más inteligentes siempre están dictadas por la razón. Como bien apunta David Robson , autor de La trampa de la inteligencia:

Las personas inteligentes no solo son tan propensas a cometer errores como cualquier otra, sino que incluso son más susceptibles a incurrir en ellos.

Incluso las mentes más brillantes, o más lógicas, pueden cometer errores graves, estén o no dominadas por la razón. No sirve de nada lamentarse del voto, ni buscar la influencia de alguien a quien se admira. Al final del día, ambos pueden estar equivocados… O quizás no.

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