La llama olímpica representa uno de los íconos más distintivos y celebrados de los Juegos Olímpicos . Desde su primer encendido en los Juegos Olímpicos de Ámsterdam en 1928 , la ceremonia de encendido en Olimpia y su traslado a la sede de los Juegos se ha convertido en una tradición venerada, cargada de simbolismo.
Aunque puede parecer una tarea ardua mantener la llama encendida durante el traslado de miles de kilómetros, se han implementado mecanismos de seguridad y mantenimientos diarios que aseguran su continuidad. En los más de 90 años de esta tradición, solo ha habido dos incidentes de apagones, que se resolvieron de manera rápida. Aquí te contamos cómo se mantiene este fuego perpetuo.
En constante mantenimiento
Cada cuatro años, la llama olímpica se enciende en Olimpia, Grecia, y luego se transporta sin alteraciones hasta la ciudad anfitriona de los Juegos Olímpicos. Esto puede involucrar distancias que van desde unos pocos cientos hasta varios miles de kilómetros.
Lo sorprendente del proceso es el método de encendido: se emplean los rayos solares. Este procedimiento, destinado a preservar la pureza del fuego, se realiza usando un espejo parabólico que enfoca la luz solar en un punto específico, generando el calor necesario para encender la llama. Así, este fuego sagrado da inicio a la travesía olímpica.
Una vez encendida, la llama se transfiere a una antorcha olímpica, diseñada específicamente para resistir diversas condiciones climáticas y de transporte. El propano es el principal combustible utilizado, ofreciendo una combustión constante y prolongada. Además, la antorcha está equipada con un sistema interno que controla el flujo de propano, garantizando una llama estable capaz de soportar vientos de hasta 70 kilómetros por hora y lluvias de hasta 50 mililitros por hora.
¿Por qué no se apaga?
Para asegurar que la llama no se apague, se han implementado varios mecanismos de seguridad adicionales. Un equipo especializado de hasta diez personas se encarga de supervisar la llama durante las 24 horas del día. Además, se mantienen llamas secundarias, también encendidas con la luz solar de Olimpia, que se guardan en linternas especiales. Estas linternas están diseñadas para preservar el fuego en caso de que la antorcha principal se apague accidentalmente.
Específicamente, las llamas secundarias juegan un papel crucial durante los vuelos en avión, ya que no se permite el fuego abierto en estos casos. Durante el transporte aéreo, la llama se resguarda en linternas similares a las usadas por los mineros, garantizando su protección y continuidad durante el vuelo. Esta meticulosa preparación asegura que, incluso en los trayectos más desafiantes, la llama olímpica se mantenga encendida.
A lo largo de su historia, la llama ha alcanzado destinos que parecían imposibles. Ha sido transportada en caballos, barcos, camellos e incluso en aviones. Desde la década de 1950, el transporte aéreo de la llama se ha vuelto habitual, y en dos ocasiones, la llama ha llegado al espacio, aunque no pudo mantenerse encendida debido a la falta de oxígeno necesario para la combustión fuera de la atmósfera terrestre.
Los dos apagones de la llama
Desde su primer encendido, ha habido algunas ocasiones en las que la llama olímpica se ha apagado por accidente. La más reciente ocurrió en 2004, en el Estadio Panathinaiko de Atenas, cuando la antorcha se extinguió al inicio de la carrera. En este caso, se actuó rápidamente para reavivar la llama utilizando una de las fuentes secundarias almacenadas en las linternas de seguridad.
El otro incidente notable sucedió en 1976, durante los Juegos Olímpicos de Montreal. Tras el inicio de los Juegos, la llama se apagó, y se intentó reencenderla incorrectamente con un encendedor común. Al darse cuenta del error, se apagó la antorcha nuevamente y se reencendió adecuadamente usando el fuego de las linternas de seguridad.