Etiquetado frontal: una política vistosa, pero inútil contra la obesidad

Durante las últimas dos décadas, numerosos gobiernos alrededor del mundo han apostado por la implementación de políticas de etiquetado frontal en los alimentos, bajo la promesa de que ofrecer información clara y visible sobre los niveles de azúcar, sal o grasas saturadas permitiría a los consumidores tomar decisiones más saludables y, en consecuencia, disminuir las alarmantes tasas de obesidad. Sin embargo, la evidencia acumulada en distintos contextos nacionales muestra que estas iniciativas, si bien llamativas desde el punto de vista comunicacional, no han logrado generar un impacto significativo en los indicadores de salud pública. Por el contrario, parecen haber alimentado nuevas formas de confusión y desinformación, mientras la epidemia de obesidad continúa expandiéndose sin freno.





En España, el panorama es cada vez más preocupante. Según datos recientes, más del 60% de la población adulta tiene exceso de peso, y uno de cada cuatro niños sufre obesidad infantil; este fenómeno, que ya representa un desafío sanitario de primer orden, amenaza con agravarse aún más en los próximos años si no se modifican de raíz las estrategias adoptadas hasta el momento. En palabras del Dr. Diego Bellido, presidente electo de la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (SEEDO), “la obesidad va a provocar generaciones con enfermedades crónicas más precoces”. Su advertencia, lejos de ser una exageración, sintetiza con crudeza el verdadero alcance del problema, que no solo compromete la salud individual, sino también la sostenibilidad del sistema sanitario y la cohesión social.

Pese a este escenario crítico, muchas de las políticas puestas en marcha en los últimos años han mostrado una desconexión alarmante con la realidad nutricional, económica y cultural de las sociedades a las que pretenden influir.

El caso del etiquetado Nutri-Score, promovido inicialmente por Francia y adoptado en forma voluntaria por algunas marcas en otros países europeos, ejemplifica los límites de este tipo de herramientas. Presentado como un sistema de semáforo que clasifica los alimentos del verde al rojo —de la letra A a la E— en función de su perfil nutricional, el Nutri-Score pretende simplificar la toma de decisiones del consumidor. Sin embargo, su lógica reductiva y algorítmica ha generado controversia tanto en el ámbito científico como en el comercial.

Desde sus orígenes, el NutriScore fue firmemente apoyado e incluso recomendado por algunas de las grandes multinacionales, como es el caso de Nestlé y Danone. Ambas utilizaron las buenas clasificaciones que obtenían sus productos bajo el permisivo sistema NutriScore como herramienta de marketing.

Sin embargo, la situación comenzó a cambiar cuando científicos, expertos en nutrición y sectores productivos locales empezaron a visibilizar las incongruencias del algoritmo del NutriScore, que premiaba a los productos reformulados de las grandes marcas, mientras penalizaba a productos tradicionales como el aceite de oliva, los quesos curados, entre otros.

Para sorpresa de pocos, las grandes marcas comenzaron a dar la espalda al NutriScore una vez que se introdujeron ajustes en el algoritmo para hacer frente a las críticas e intentar corregir esas inconsistencias. Como reportó Food Navigator, Nestlé siguió los pasos de Danone y decidió retirar el NutriScore de sus productos vendidos en Suiza, donde la empresa tiene su sede.

El caso de Suiza es especialmente destacable, ya que el país se ha convertido en uno de los principales escenarios de la derrota del NutriScore. Ya el año pasado, dos pesos pesados del mercado local —Emmi, el mayor procesador de productos lácteos suizos, y Migros, la segunda cadena de supermercados del país— habían anunciado sus planes de abandonar este sistema de etiquetado nutricional.

La falta de apoyo que está recibiendo el NutriScore en Europa es una buena noticia tanto para los pequeños productores como para los consumidores. Sin embargo, aún no se puede cantar victoria, ya que los promotores del sistema siguen empeñados en lograr que el etiquetado sea adoptado a nivel más amplio. Prueba de ello es la presión ejercida por grandes cadenas de supermercados, como es el caso de Carrefour, que ha exigido a sus proveedores en Francia que publiquen el NutriScore de sus productos.

A esta presión por parte de los supermercados se suma la amenaza de un evento que se avecina en Nueva York: la Reunión de Alto Nivel de la Asamblea General de la ONU sobre la Prevención y el Control de las Enfermedades No Transmisibles y la Promoción de la Salud Mental. Según lo que se ha podido observar en uno de los documentos preparatorios, persiste la amenaza de que se recomiende un etiquetado nutricional como herramienta para controlar las tasas de obesidad. Esto, a pesar de que ya haya quedado claro que en países donde se han aplicado estas “soluciones parche” no han bajado las tasas de obesidad y sobrepeso. Es por ello que ante las negociaciones que se avecinan de cara a la conferencia de la reunión de la ONU, es primordial correr el foco en herramientas que no han resultado efectivas y dar lugar a nuevas medidas.

Mientras tanto, los datos siguen empeorando. Los índices de obesidad no han dejado de crecer, ni en los países con etiquetas frontales obligatorias ni en aquellos donde se han introducido políticas similares de manera voluntaria. El problema no es la falta de información, sino el contexto en el que esa información se recibe. Las políticas públicas siguen sin garantizar el acceso equitativo a una alimentación de calidad, y en muchos casos, las personas con menores recursos económicos son quienes están más expuestas a productos de baja calidad nutricional, incluso cuando están debidamente etiquetados.

En conclusión, las políticas de etiquetado frontal, tal como han sido implementadas hasta ahora, han fracasado en su objetivo fundamental: reducir las tasas de obesidad y mejorar la salud nutricional de la población. No solo han demostrado escasa efectividad, sino que, en muchos casos, han generado más confusión que claridad. Urge abandonar la superficialidad de las soluciones cosméticas y apostar, de una vez por todas, por un enfoque estructural, interdisciplinario y comprometido con el derecho universal a una alimentación digna, informada y culturalmente significativa.

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